La fecha del alto junio se vivía en Marineda, allá por la década de los 60, con plenitud, especialmente por parte de la chiquillería. Durante los días previos, de un lado a otro, los más jóvenes, corrían transportando enormes troncos, hurtados con astucia; viejos y apolillados muebles salidos del más recóndito e inaccesible de los trasteros o cualquier elemento susceptible de ser convertido en combustible, por mor de las llamas sanjuaneras.
Quizás, el símbolo más importante de la hoguera, el elemento diferenciador con las demás y por ello el de más difícil adquisición fuese el llamado «palo mayor». Su búsqueda, localización y consecución era preocupación constante por parte de todos ya que este elemento constituía el eje de la hoguera, su centro y en función de él estaba el tamaño e impronta de toda la lumerada.
Por ello, se pergeñaba un plan, minucioso y detallado, para su sustracción, teniendo la precaución de mantener todo ello como el secreto más celosamente guardado, en evitación de que otros se adelantasen o simplemente que el titular del objeto a sustraer se alertase y doblase su vigilancia, algo que desgraciadamente sucedía en más ocasiones de las deseadas.