Sin duda 1971 fue un año de innovaciones, animados por el éxito obtenido en la primera edición de a Noite da Queima. Atrás quedaba aquella experiencia que había supuesto todo un giro en nuestra forma de entender la noche de las Hogueras y atrás quedaban también los primeros escarceos asociativos con la creación del Grupo Juvenil Meiga Mayor.
Éramos conscientes de que si pretendíamos hacer un poco de historia con aquella propuesta festiva era imprescindible cambiar su planteamiento. Sabíamos que en lo sucesivo ya no serviría proclamar a la Meiga Mayor, con más circunstancia que pompa, en un escenario casi de fortuna y en un ambiente repleto de improvisaciones. Todo aquello sería necesario cambiarlo.
A finales de aquel invierno decidimos, en primer lugar, nombrar a la que iba a ser la II Meiga Mayor. Tras varias reuniones de la Junta Directiva, a la que se habían incorporado nuevos miembros, tomamos la decisión de ofrecer este título a Ana de Aspe, una guapa coruñesa de 16 años, que cursaba estudios en la Compañía de María.
Este nombramiento trajo aparejado un largo debate interno en el seno de la Junta Directiva ya que los más ortodoxos abogaban, no sin razón en aquel momento, porque la joven elegida Meiga Mayor fuese residente en alguna de nuestras calles y no fuera de ellas, como era el caso de Ana de Aspe, siguiendo así fielmente la filosofía con la que había nacido nuestro proyecto.
Tras dilatadas deliberaciones primó la idea de que la Meiga Mayor no tenía por qué estar vinculada territorialmente a nuestra zona, evitando así un encorsetamiento innecesario y ofreciéndonos la capacidad de proyectar la fiesta más allá de los límites que enmarcaban a las catorce calles que formaban la que llamábamos área de influencia.
Visto hoy, con la magnífica perspectiva que ofrece el tiempo pasado, aquella decisión resultó providencial para el devenir de nuestra particular historia ya que permitió abrir el proyecto a toda la ciudad, evitando caer en la absurda tentación de dar vida a unas fiestas de barrio que, en la mayoría de los casos, sobreviven tan solo durante los años en que sus impulsores desean mantenerlas vivas, perdiéndose más tarde en la nebulosa del tiempo pasado sin apenas dejar huella.
Elegida la Meiga Mayor y ésta a su vez a sus Meigas de Honor, restaba articular el acto en cuyo transcurso sería proclamada como personaje central femenino de toda la trama festiva. Enseguida nos dimos cuenta que una buena parte de nuestro devenir dependía precisamente de la impronta que fuésemos capaces de imprimir a aquella Fiesta de proclamación.
Como es cierto aquel aserto de que “no hay nada nuevo bajo el sol”, decidimos fijar nuestra mirada en actos que, sirviendo para un fin similar, se celebraban por aquellos años en nuestra ciudad. Pronto surgieron dos que habíamos tenido la oportunidad de conocer: la Festa da Cantiga, en la que se proclamaba a la Reina de Fiestas de La Coruña, y los Juegos Florales organizados por la Delegación del Frente de Juventudes, con motivo de la festividad de San Fernando, en donde también se proclamaba a su particular Reina. Extrapolando aquellos aspectos que nos parecieron más aprovechables, comenzamos a pergeñar el acto de proclamación de la II Meiga Mayor.
Ignoro de quien surgió la idea de denominar a este acto Fiesta del Aquelarre Poético, aunque la verdad creo que todos aportamos nuestro pequeño grano de arena a la hora de buscar un nombre que se adecuase a lo que pretendíamos hacer.
Sin duda primó el concepto tradicional del aquelarre sanjuanero ya que de todos es sabido que una de las reuniones brujeriles más importantes del año tiene lugar, precisamente, en la noche del 23 al 24 de junio. A esto hay que añadir el hecho, de sobra contrastado, de que para el pueblo gallego la noche de San Juan es la noche de meigas por excelencia. Por ello y al entender que la Meiga Mayor representaba, en nuestro imaginario, a la bruja buena no se nos ocurrió mejor denominación que la de Aquelarre, en su acepción de conciliábulo de brujas o meigas, para dar nombre a la fiesta de proclamación.
Surgió también la decisión, para darle mayor realce y contenido a la Fiesta, de convocar un premio poético para galardonar aquellos trabajos que, abordando la temática sanjuanera, se hicieran merecedores a cualquiera de los premios establecidos. De ahí el concepto de Aquelarre Poético.
Ya teníamos el nombre, faltaba ahora estructurar la Fiesta para darle la forma que todo acto requiere.
Desde principios de año estábamos acariciando la idea de realizar una Cabalgata, la noche del 23 de junio, para trasladar a las Meigas al pie de la hoguera. Cabalgata que recorrería la ciudad conduciendo a la Meiga Mayor y a sus Meigas de Honor en carros del país; de esta forma pretendíamos recrear el traslado de las condenadas por brujería, en pleno siglo XVI, a la pira del sacrificio. Una vez allí, al desencantarse, arrojando al fuego el ramillete de los siete cardos de San Juan, en la hoguera ardería todo aquello negativo que se había ido amontonando a lo largo del año, un rito, por otra parte, típicamente sanjuanero, convirtiéndose todas ellas, por la magia de la noche del alto junio, en Meigas buenas y agarimosas.
Partiendo de ese presupuesto ideamos una Fiesta en la que se combinasen los aspectos aprendidos con otros más innovadores, todo ello teniendo muy presente la limitación presupuestaria en la que nos movíamos.
El primer inconveniente con que nos topamos fue la elección de un marco adecuado para la celebración de la Fiesta. Tras darle muchas vueltas, alguien nos habló del Paraninfo del Instituto Femenino “Eusebio da Guarda”, un edificio de finales del XIX, construido a expensas del mecenas coruñés que da nombre al edificio y que posee un extraordinario Salón de actos con sabor antañón y al que se accede a través de una escalinata de honor con pasamanos de blanco mármol. Una vez en el interior del Paraninfo, con solo cerrar los ojos, el ambiente, con sillones aterciopelados y frescos en los altos techos, es capaz de transportarnos a la época en la que la mayoría de nuestros padres realizaron allí las pruebas de ingreso en el Bachillerato, cuando no los estudios completos de estas enseñanzas.
Sin perder ni un minuto solicitamos ser recibidos por el Director, en aquel momento el Profesor Artigas, quien nos brindó una fenomenal acogida. Atentamente escuchó nuestros argumentos y finalmente, con una sonrisa oculta tras sus gafas, dio su visto bueno. Ya teníamos marco para la celebración de la I Fiesta del Aquelarre Poético.
Sin una razón aparente o quizás por el hecho de aquilatar la mayoría de nuestros actos a la memorable jornada del 23 de junio, decidimos que esa fuese la fecha en que se celebraría la Fiesta. El atardecer del 23 de junio, justo antes del inicio de la Cabalgata que levanta el telón de a Noite da Queima.
Estoy seguro que en aquel momento nadie cayó en la cuenta de que celebrar la proclamación de la Meiga Mayor el día 23 de junio, penúltimo de nuestro programa de actos, suponía que el personaje central de la trama lo fuese tan solo por un día, algo así como “Reina por un día”, curiosamente el título de un programa televisivo que se emitía por aquellas calendas. Pese a todo, esta costumbre se prolongó durante muchos años hasta que fue modificada en la década de los 90.
Con una buena parte de la tarea concluida, decidimos convocar nuestros juegos florales. Con la valiosa colaboración de varios miembros de la Directiva, en especial Alfonso Modroño, redactamos unas bases que de inmediato remitimos a la prensa para su difusión. Las bases establecían dos premios, uno en castellano y otro en gallego, a los poemas que mejor abordasen el tema de la noche de San Juan y su entronque folclórico y costumbrista.
Por supuesto, como las disponibilidades económicas eran muy escasas, no se pudo asignar cuantía económica alguna a los premios mencionados, así que se optó por encontrar un elemento distinto, diferenciador, con capacidad para dar impronta a nuestra convocatoria, surgió entonces la figura del Cardo de Plata.
El Cardo es una de las plantas por excelencia del tiempo de San Juan, florecen en mayo/junio y los campos se llenan con el color malva de sus flores. Cuantas veces charlamos, camino de “los Puentes”, rodeados de estas flores preparando eternas noches de San Juan. Por ello, elegimos el Cardo de San Juan como símbolo identificador no solo de la Fiesta del Aquelarre Poético, sino también, aunque al principio tan solo de forma oficiosa, de la Comisión Promotora.
¿Quién podría en La Coruña hacer un diseño capaz de satisfacer nuestras exigencias? Una pregunta que obtuvo rápida respuesta: Alfredo Malde, sin duda el más prestigioso joyero no solo de la ciudad sino también de Galicia. Alfredo aceptó el reto y sus talleres se pusieron manos a la obra. En unos días nos presentaron un proyecto que nos agradó desde el principio y que aceptamos sin mayor debate. Ya teníamos premio poético para nuestra Fiesta y por ende todo un símbolo identificador de nuestra Comisión.
Las exigencias del guión establecido imponían que a la conclusión de la Fiesta se sirviese, en los pasillos del Instituto Femenino, un Vino Español. Era imprescindible quedar bien a bajo coste. Por aquellos tiempos, la mayoría de nosotros, éramos clientes asiduos de la Cafetería Linar, todo un clásico coruñés, al menos para la gente de nuestra edad, situado en la calle General Mola.
Antonio, su encargado, nos deleitaba con las mejores tortitas con nata y chocolate de cuantas se servían en toda la ciudad. Era por tanto normal que, con ocasión de nuestros primeros escarceos amorosos, acudiésemos a aquel local a merendar con la chiquilla objeto de nuestro juvenil idilio.
Al proponer a Antonio que corriese él con el servicio, nos garantizó que por 25.000 pts., quedaríamos perfectamente servidos y satisfechos. Supongo que tal cantidad era elevada para la época pero fue la mejor oferta que recibimos, así que la decisión estaba de sobra tomada.
El deseo de aproximar la Fiesta lo más posible al ambiente del siglo XVI nos hizo concebir la idea de adornarla con una Guardia de Honor vestida a usanza de aquel siglo de singular primacía mundial de España. Por contactos con otro coruñés de pro ya desaparecido, Luis Iglesias de Souza, supimos que la Firma madrileña de atrezzo Sastrería Izquierdo disponía de uniformes de la llamada Guardia Amarilla de Carlos I así como de los Cuadrilleros de la Santa Hermandad. Fue Luis Iglesias quien se encargó de establecer el contacto y formalizar la petición de 33 uniformes de ambos Cuerpos.
Un problema añadido era buscar a 33 personas que pudiesen vestirse con estos uniformes. Alguien nos indicó que tal petición podría ser elevada al Capitán General de Galicia, a la sazón el Teniente General Luciano García Machiñena, quien a vuelta de correo autorizó que 33 soldados de la Guarnición de La Coruña, pertenecientes a la Brigada de Infantería Aerotransportable, con sede en el Cuartel de Atocha, concurriesen de forma voluntaria a nuestra Fiesta para vestir los antiguos uniformes del Ejército español.
Todo iba saliendo sin ningún problema. Algo que realmente nos impresionó al servirnos como indicador de que estábamos en el buen camino para consolidar nuestras Hogueras.
Los días fueron pasando. Ana de Aspe, la II Meiga Mayor, había ya elegido a sus Meigas de Honor, chicas todas ellas de edades comprendidas entre los 16 y 17 años, la mayoría estudiantes del colegio de la Compañía de María, una presencia sempiterna en aquellos primeros años de vida de las Meigas. Todas acudirían a la Fiesta del Aquelarre vistiendo traje de noche aunque no se estableció para ellas ni color ni hechura; todas menos Ana que vestiría un traje de noche negro que, desde aquella fecha, se institucionalizaría como traje oficial de proclamación de todas las Meigas Mayores, evocando, aunque fuese vagamente, aquel de bruja que vistiera Estrella Pardo el año anterior.
Como queda dicho anteriormente, 1971 fue uno de esos años claves para el devenir de las HOGUERAS, un año de innovaciones capaz de sentar las bases de lo que más tarde se arraigaría en la ciudad al llegar cada noche de San Juan.
Quizás la innovación más importante de aquel año decisivo fue el cambio de ubicación de la Hoguera. El año anterior se había recuperado el originario de 1962, próximo a la sede de la central telefónica de Riazor, en la parte ancha de Calvo Sotelo, donde se habían quemado las Hogueras de 1962 a 1965, ambas inclusive, trasladándola en 1966 a la parte central de esa misma calle, al desaparecer la que allí se quemaba; pues bien, quizás intuyendo lo que se avecinaba o tratando de incorporar el espíritu y la tradición hogueril de la Plaza de Portugal, se determinó que la Hoguera de 1971 se quemase delante del Colegio de la Compañía de María, donde antes habían ardido tan buenas hogueras y, por tanto, se había convertido en un lugar emblemático para celebrar la noche de San Juan.
Este cambio drástico de ubicación nos permitiría, de una parte, albergar a un mayor número de público asistente ya que el espacio es mucho mayor y de otra, nos evitaba tener que disponer de un escenario donde situar a la Meiga Mayor y a sus Meigas de Honor ya que las majestuosas escalinatas del citado Colegio de la Compañía de María servirían, ocasionalmente, para este fin.
Otra de esas innovaciones que, por cierto, tan solo se aplicó en aquella edición y que afortunadamente fue recuperado muchos años después, fue un curioso sistema de encendido de la Hoguera. Desde el año anterior había quedado establecido que el honor de encender la pira sanjuanera le correspondía a la Meiga Mayor, honor que últimamente ha compartido con la Meiga Mayor Infantil, al menos desde su recuperación en 1988.
Pues bien, aquel año, tratando de dar a la fiesta una dimensión innovadora se pensó que la Hoguera debía ser encendida con el llamado fuego de San Juan; para ello, en la mañana del 23 de junio se celebró, como es tradicional – aunque en los últimos años se trasladó a la tarde del día 24 -, la Santa Misa Ofrenda floral a San Juan. Para la celebración de esta Función religiosa se buscó una iglesia que se hallase bajo la advocación del Santo, siendo necesario trasladar la celebración a las afueras de la ciudad, concretamente al término municipal de Culleredo, donde una de sus parroquias, San Juan de Almeiras, cumplía este requisito.
Durante la Misa, oficiada por el que fuera Capellán del Grupo Juvenil Meiga Mayor, ahora de la Comisión, Alberto Macho Ponte y por el párroco titular de la Parroquia, la Meiga Mayor encendió una vela a los pies de la imagen del Santo, cirio que permaneció encendido durante toda aquella jornada. Pasadas las once de la noche, con la colaboración de la Federación Coruñesa de Atletismo, se inició una carrera de relevos, con corredores locales, que recorrió los más o menos 8 km., que separan la Plaza de Portugal de la citada iglesia. Estos corredores transportaban una antorcha que había sido encendida con el fuego del cirio citado. Uno a uno los relevos sucesivos fueron entregando su testigo hasta llegar a la atleta Tasende, una de las más destacadas del momento, que hizo la entrada con la antorcha en la Plaza de Portugal a las doce en punto de la noche, entregándosela a la Meiga Mayor quien, con aquel fuego, encendió la Hoguera de San Juan-71. Luego, este sistema del traslado del fuego de San Juan cayó en el olvido por razones de diversa índole, especialmente la dificultad de contar con atletas para correr los correspondientes relevos; sin embargo, pasados los años, concretamente en 2004, la tradición fue recuperada y hoy constituye uno de los muchos atractivos de nuestra Noite da Queima al recorrer el Paseo Marítimo desde la Orden Tercera hasta la playa de Riazor.
Otro de los aspectos que nos trajo de cabeza los últimos días fue la designación del pregonero o mantenedor de la Fiesta. Elegimos para tal fin a un miembro de la Junta Directiva, Alfonso Modroño, quien aceptó con gusto el ofrecimiento y con su pregón, que puso epílogo a la Fiesta, se convirtió en el primer pregonero de las HOGUERAS.
Como el año anterior, un par de días antes, celebremos un pase de modelos en la Parrilla del Hotel Embajador, hoy desaparecido y cuyas instalaciones ocupa en la actualidad el Palacio Provincial. Cabe resaltar aquí el hecho de que una de las chicas encargadas de pasar los modelos, cedidos por una boutique coruñesa, fue nombrada al año siguiente Meiga Mayor. Su nombre Rocío Prada. Pero esa es ya otra historia que tal vez contemos en otro momento.
También unos días antes del 23 de junio fallamos los dos premios poéticos de la Fiesta del Aquelarre que en aquella ocasión correspondieron a José Luis Modroño Marquez, por su poema en español, y a Alfonso Gallego Vila, por el suyo en gallego.
Alrededor del día 21 de junio llegaron, procedentes de Madrid, los baúles conteniendo los uniformes de la primera Guardia de Honor de las Meigas. La verdad se trataba de uniformes casi nuevos y desde luego muy vistosos que sin duda iban a contribuir a darle impronta a la Fiesta. En ese momento, nos dimos cuenta que precisábamos algún tipo de arma con que dotar a los soldados de la Guardia. Pensamos en picas por considerar que resultarían las más fáciles de fabricar pero todas las gestiones resultaron infructuosas dada la escasez de tiempo con que nos movíamos.
Decidimos entonces recurrir nuevamente a Luis Iglesias de Souza en la creencia de que la Comisaría del Festival Internacional de La Coruña, que él dirigía, podría disponer de algún tipo de atrezzo para tal eventualidad. Tras manifestarnos que no poseía nada de lo demandado, nos dirigió a un almacén, de titularidad municipal, instalado, según creo recordar, en la zona de San Pedro de Nos y al que jamás he vuelto y ni siquiera sé si todavía existe.
Una vez allí, fuimos recibidos por un hombrecillo quien nos introdujo en una enorme nave llena de toda clase de cachivaches y elementos inservibles quien nos animó a que iniciásemos, entre aquel conglomerado de cosas, nuestra imposible búsqueda. Recuerdo ahora, una vez más, aquella montaña de elementos de todo tipo, la mayoría deteriorados, que se remataba con un trozo del cuerpo de un Angel portador de un cáliz y que según nos explicó el hombrecillo aquel pertenecía a la imagen del Angel del paso de la “Oración en el Huerto” que junto con el también desaparecido del “Prendimiento” o “Beso de Judas”, dejaba nuestros rostros atónitos cada noche de Jueves Santo mientras, silentes, presenciábamos la procesión del Silencio que no dejó de salir hasta principios de los 60. Sobre estos pasos, ambos hechos – al menos el del «Beso de Judas» – en los talleres compostelanos del imaginero Rivas, se ha perdido totalmente la pista, un buen día la procesión, organizada por la Cofradía de San Juan Evangelista vinculada al Frente de Juventudes, dejó de salir y ambos pasos, que tradicionalmente se guardaban en los bajos del Ayuntamiento, quedaron arrumbados en la Casa de Máquinas, sita en San Roque de Afuera, y es ahí donde se pierde su pista imposible de recuperar.
Pero volvamos a nuestra búsqueda. Tras revisar cada rincón de aquel desordenado almacén sin éxito, lo abandonamos y retornamos a la ciudad decepcionados por aquel contratiempo. La falta de tiempo material nos iba a impedir disponer del necesario atrezzo para la Guardia de Honor que se vería en la necesidad de formar sin armas.
Por lo demás todo quedó ultimado. Las Bandas acreditativas de las Meigas habían sido bordadas con las leyendas “Meiga Mayor-71” y “San Juan-71”, sobre cinta con los colores nacionales la de la Meiga Mayor y de color rosa la de las Meigas de Honor. Fue precisamente este año cuando tomamos la decisión de que la cinta que sirviese de Banda a la protagonista principal de la noche, la Meiga Mayor, luciese los colores rojo y gualda, nacionales de España, costumbre que se ha mantenido en el tiempo llegando hasta nuestros días convertida en el elemento que distingue a este singular personaje.
También, puestos en contacto con la pirotecnia “Rocha”, pero esta vez sin la intermediación de Choncha, contratamos la sesión de fuegos a disparar en la madrugada de San Juan desde las proximidades del lugar de ubicación de la Hoguera. Una sesión que superaba, en mucho, a la del año anterior.
La noche del 22 nos reunimos para ultimar detalles aunque a simple vista todo estaba perfectamente rematado. Tras las últimas consideraciones sobre lo hecho hasta el momento nos fuimos a dormir pensando en la jornada que nos esperaba a la vuelta de un puñado de horas.
Finalmente amaneció el deseado 23 de junio. Nos vimos a hora muy temprana pues era necesario acometer, cuanto antes, los trabajos de instalación de la Hoguera que fueron asignados a los más jóvenes bajo la dirección de alguno de nosotros. En poco tiempo una riada de chiquillos surgidos de todas partes, encabezados por mi hermano Calín, Monchito Ceide, Jorge Cancelo, entre otros, comenzaron a trasladar y apilar la madera y trastos viejos ocultos, desde días antes, en el solar que hoy ocupa el número 22 de la calle de Fernando Macías. A última hora de la mañana la Hoguera estaba concluida en lo que a su instalación se refiere, procediendo a fijar, entre los más jóvenes, los correspondientes turnos de guardia.
Nosotros, por nuestra parte, en un autobús alquilado al efecto nos trasladamos a San Juan de Almeiras donde se celebró la Misa ofrenda a San Juan y se encendió el fuego sacralizado a los pies del Santo.
De regreso pasamos por la Avenida de Calvo Sotelo para verificar que todo estaba en orden y al comprobarlo aquello nos tranquilizó al menos en cierta medida.
Tras la comida nos trasladamos al Instituto Femenino con el fin de ultimar el marco de celebración de la I Fiesta del Aquelarre. Una vez ordenado para la proclamación de la Meiga Mayor y sus Meigas de Honor continuamos acometiendo otros aspectos que aun estaban pendientes de ultimar.
Otro de los proyectos hechos realidad fue el de la Cabalgata de San Juan. A tal fin logramos contactar con alguno de los habitantes de la zona de San Pedro de Visma, espacio rural dentro del casco urbano coruñés, donde conseguimos contratar la participación de tres carros típicos del país en los que conducir a las Meigas desde la Plaza de Pontevedra hasta la de Calvo Sotelo tras un recorrido previo por las calles del centro de la ciudad.
Los carros fueron engalanados para la finalidad propuesta y citados en tiempo y forma para que compareciesen en la precitada plaza de Pontevedra a las once de la noche del día 23.
En lo que a mí se refiere me tocó trasladarme, a eso de las siete, en un autobús, contratado al efecto, al Cuartel de Atocha, sito en la Plaza de insigne coruñés Millán Astray, con el fin de recoger a los treinta y tres Soldados de la Brigada de Infantería Aerotransportable que serían vestidos con uniformes de época para participar, dando guardia de honor a las Meigas, en la I Fiesta del Aquelarre Poético.
Así fue, una vez en el Cuartel de Atocha me presenté al Oficial de Guardia, el Teniente de Infantería Fernando Freire Casqueiro, hoy ya Coronel retirado y con quien, desde entonces, me unen lazos de amistad. El me dio las pautas en materia de horarios, etc. y nos trasladamos al Instituto donde les aguardaban los uniformes que deberían de vestir.
Fue aquella vez la primera que se utilizó la que hoy llamamos Guardia de Honor de las Meigas, desde entonces jamás faltaron a su cita cada jornada de 23 de junio, participando últimamente en todos los actos de relieve a los que asisten las Meigas mayores e infantiles y confiriéndole a comitivas y actos una impronta de gran espectacularidad y colorido.
Con la premura que establecen las normas de protocolo habíamos cursado las pertinentes invitaciones a Autoridades, familiares de las Meigas y de la Junta Directiva, amigos y colaboradores, rogando asistiesen los caballeros con traje oscuro o etiqueta y las damas con traje de cóctel, con el fin de realzar mucho más el acto. Por nuestra parte, la Junta Directiva en su totalidad vestiría de esmoquin, al igual que los poetas premiados y el pregonero, con el fin de acompañar a las Meigas, ofreciéndoles el brazo, en el desfile de honor.
La tarde comenzó a declinar. El sol de poniente inició lentamente su marcha tras la colina de los grandes cíclopes meciéndose sobre un horizonte plenamente veraniego. La gran noche de San Juan estaba ya a la vuelta de la esquina.
Por supuesto que, salvo la pequeña hoguera que cada año organizaba la familia Pereira sobre las rocas del medio de Riazor para quemar alguna vieja caseta y otros trastos inservibles, ninguna otra se alzaba sobre los arenales; tampoco la ciudad se envolvía en ese delicioso aroma a sardinas que hoy la inunda por San Juan; tan solo en algunos barrios coruñeses se quemaban las últimas hogueras de una tradición que languidecía entre la apatía de unos y la desidia de los más.
Poco antes de las ocho de la tarde la guardia de honor se distribuyó jalonando los accesos y escalera monumental del Instituto Femenino; el aspecto resultante se nos antojó espectacular, cargado de colorismo. Inmediatamente se dio orden de abrir las puertas y los invitados comenzaron a acceder al Paraninfo.
En los pasillos de la primera planta se habían dispuesto las mesas para el Vino Español que se serviría a continuación. Todo estaba en marcha para iniciar la I Fiesta del Aquelarre Poético.
Como anécdota, pues siempre tiene que haber alguna, mencionar que poco antes de la hora de comienzo, fijada para las ocho y media de la tarde, nos dimos cuenta, para nuestra desesperación, que no disponíamos de una música apropiada para acompañar el desfile de entrada de las Meigas. Tras darle varias vueltas, nuestro buen amigo ya desaparecido, Carlos Beceiro Ledo, que por aquellos años trabajaba como locutor en Radio Juventud, nos apuntó la posibilidad de acercarnos a la emisora y allí nos cederían cualquier marcha para solemnizar la entrada de las Meigas.
Así fue y con toda celeridad uno de nosotros se trasladó a la Terraza y desde allí regresó portando un disco con la Marcha Triunfal de Aida de Verdi que sirvió como telón de fondo musical al inicio de la Fiesta.
Pese a todo, la búsqueda del famoso disco de vinilo provocó un monumental retraso en la hora de inicio del acto, retraso que yo mismo justifiqué cuando me correspondió presentar la Fiesta.
Sonó la Marcha Triunfal. Las Meigas entraron al Paraninfo del brazo de todos nosotros y allí fueron solemnemente proclamadas. A la Meiga Mayor, Ana de Aspe, le impuso la Banda el Concejal de Fiestas y buen amigo, Juan José Laredo Verdejo, quien lo hizo en representación del Alcalde, José Pérez-Ardá, mientras que a las Meigas de Honor se las impusimos los miembros de la Junta Directiva de la Comisión.
Tras la imposición de Bandas, los dos poetas galardonados dieron lectura a sus poemas, recibiendo los dos primeros Cardos de la historia de las HOGUERAS coruñesas. Como colofón, Alfonso Modroño Marquez, dio lectura al pregón de la noche de San Juan.
Finalizada la fiesta se sirvió el Vino Español que resultó cuajado de anécdotas que voy a omitir, siquiera por delicadeza, y de las que más que yo sabe mi buen amigo Carlos Vallo.
Poco antes de las once de la noche arrancó, desde la Plaza de Pontevedra, la Cabalgata de San Juan. Las Meigas sobre los carros del país, escoltadas por la Guardia de Honor y al final la Junta Directiva presidiendo el cortejo.
El itinerario del desfile nos llevó por San Andrés, Santa Catalina, Cantón Pequeño, Plaza de Mina, Juana de Vega, Plaza de Pontevedra, Avda. de Finisterre, Fernando Macías y Calvo Sotelo ante la fachada del Colegio de la Compañía de María.
Las Meigas accedieron a las escaleras y allí aguardaron que llegase la antorcha con el fuego de San Juan con el que Ana plantó fuego a la gran hoguera tras haberse disparado la sesión de fuegos artificiales que resultó muy vistosa.
La noche de San Juan 1971 había concluido con éxito. Calvo Sotelo registrando su primer gran llenazo presagio de años venideros en los que no cabría ni un alfiler. La Meiga Mayor y sus Meigas de Honor proclamadas con toda pompa y circunstancia; la primera Cabalgata de San Juan había recorrido las calles de la ciudad y todo con los mínimos contratiempos. Estábamos empezando a fraguar lo que con los años se convertiría en la noche de las noches coruñesas.
Al terminar, nos fuimos a celebrarlo al Rubi 28 esperando allí la llegada de un radiante día de San Juan que nos sorprendió soñando ya con una nueva fiesta de Hogueras, llena de proyectos innovadores, que ya se nos antojaba al dar la vuelta a la hoja del calendario.
José Eugenio Fernández Barallobre.