Sí ha habido un elemento consustancial a nuestros primeros pasos en el rito hogueril sanjuanero, un signo identificativo de nuestras Hogueras, fue, sin duda, aquel globo de papel que comenzamos a lanzar a los cielos coruñeses el 23 de junio de 1962, cuando plantamos nuestra primera Hoguera.
Desde el principio de nuestra andadura buscamos siempre algún elemento diferenciador, capaz de identificarnos, convirtiéndonos en una alternativa a otras hogueras mucho mejores que la nuestra que ardían en las calles próximas.
Tracas, ruletas de fuego, muñecos o peleles rematando la pira, incluso fuegos de aire, eran elementos de los que, en una u otra medida, disponían las hogueras vecinas, algunas de ellas con un auténtico derroche de imaginación y buen hacer; sin embargo, nadie, por aquellas fechas, elevaba un globo al cielo sanjuanero al llegar la noche del alto junio.
¿De quién surgió la idea? La verdad, es algo que soy incapaz de recordar. Supongo que surgiría de un debate interno en aquel grupo de chiquillos que formábamos la pandilla de Fernando Macías. Tal vez fuese Carlitos Vallo que siempre se distinguió por sus ideas geniales, aunque algunas de ellas fuesen realmente peregrinas; incluso puede que yo mismo aportase la idea atraído por la lenta y majestuosa ascensión de los aerostatos. Sea como fuere, partiera de quien partiera la idea, el caso es que aquel sábado 23 de junio, poco después de las doce de la noche elevamos al cielo nuestro primer globo de papel junto con otros dos más que le acompañaron en su singladura celeste.
Los tres globos pudimos adquirirlos merced a la recompensa obtenida por haber superado con aprovechamiento las pruebas de ingreso en el Bachillerato, todo un logro al menos visto desde nuestra infantil perspectiva ya que suponía algo así como la superación del primer obstáculo en la hasta entonces despreocupada vida escolar.
En mi caso concreto, mi padre, me obsequió con la nada desdeñable cantidad de 50 pts., que dediqué íntegramente a sufragar la compra de dos globos de 25 pts. cada uno; por su parte, Ovidio García, que también había aprobado el ingreso, adquirió otro y de esta forma nos presentamos, la tarde de la víspera de San Juan, ante nuestra pandilla de amigos tras haber pasado previamente por el Arca de Noé, un comercio de esos de La Coruña de toda la vida que abría sus puertas en el nº 70 de la calle de San Andrés, en el que, haciendo gala de su razón comercial, se podía encontrar cualquier cosa por muy extraña y singular que pudiese parecer.
Llegada la noche, ante la presencia de nuestros padres y algún amigo más, así como un puñado de curiosos, procedimos al hinchado de los globos, todo un rito que exigió del máximo cuidado, y una vez inflados con aire caliente los soltamos para que llevasen nuestro particular mensaje a San Juan en aquella primera Hoguera de Fernando Macías.
Por supuesto que en aquel momento ignorábamos que ya a finales del siglo XIX, incluso a principios del XX, en La Coruña era costumbre soltar globos para festejar la verbena de San Juan y su tradicional hoguera, algo que supimos pasados los años cuando comenzamos a ahondar en el estudio de los ritos y costumbres sanjuaneras.
Tras la elevación de los globos ante la expectación del respetable, corrimos a prender fuego a la pira que ardió entre la algarabía de todos nosotros; luego, lazados de las manos, formamos el corro alrededor de las llamas entonando la vieja canción del «marinero que cayó al agua en la noche de San Juan», aquella cuyo estribillo decía «chiribiribí morena, chiribiribí salada», y ya cuando la intensidad del fuego disminuyó de manera razonable realizamos el rito del salto sobre las brasas para así purificarnos cara al verano que acaba de comenzar.
Concluida aquella primera Hoguera con éxito notable, vinieron más en los años sucesivos y en todas ellas estuvo siempre presente el globo de papel, incluso de mayor tamaño, que constituía, por decirlo de alguna manera, el número fuerte de la noche y nuestro genuino sello de identidad.
Con el paso de los años, afianzamos nuestra tradición sanjuanera y la Hoguera se vio aderezada con largas tiras de traca, ruletas de fuego y fuegos artificiales, lo que provocó que se convirtiese en la mejor de la zona, máxime después de que, poco a poco, fuesen desapareciendo aquellas que podrían hacernos competencia; sin embargo, en estos años, el globo, nuestro globo, estuvo siempre presente en la celebración sanjuanera, convirtiéndose en objeto de preocupación, tanto por su adquisición como por su elevación que exigía, como hemos dicho, cierta pericia y cuando menos el máximo cuidado.
Una prueba de que la elevación del aerostato constituía un elemento tradicional asociado a nuestra Hoguera la encontramos en aquellas octavillas que comenzamos a imprimir en 1966, con las que invitábamos a nuestros convecinos a sumarse a nuestros actos, una de las cuales sirve para ilustrar estos renglones. En ella, como número destacado de la fiesta figura, precisamente, la elevación del globo.
En 1970 elegimos a la I Meiga Mayor, dotando de esta forma a la fiesta de un protagonista de excepción capaz de desbancar cualquier otro por muy tradicional que fuese para nosotros. Pese a todo, aquel año, de nuevo elevamos nuestro globo a los cielos poco antes de que la Meiga Mayor encendiese la Hoguera, una vez lanzada al aire una colección de fuegos artificiales que superó con creces todas las quemadas hasta aquel momento y que, en la práctica, nos abrió las puertas a otra dimensión del San Juan al nacer A Noite da Queima.
La costumbre de elevar el globo todavía pervivió dos años más; tanto en la noche de San Juan de 1971 como en la de 1972, nuestro aerostato siguió surcando los cielos coruñeses en la Noite da Queima, tratando de no perder esta seña de identidad, siendo precisamente en 1972, diez años después de aquella mágica noche de San Juan de 1962, cuando realizó su última singladura celeste.
El motivo de que desapareciese no lo puedo precisar. Es muy posible que el hecho de no poder adquirir, por el procedimiento que fuese, un globo de mayores dimensiones, algo en lo que habíamos trabajado sin éxito durante los años anteriores, nos llevase a la conclusión que con la aparición de la figura de la Meiga Mayor y su Cabalgata y, sobre todo, con el notable incremento de la sesión de fuegos artificiales, el globo quedaba un poco fuera de lugar.
Pero si la vocación pirománica sanjuanera fue una constante permanentemente adherida a nuestra pandilla, algo similar sucedió con la costumbre de lanzar globos de papel al cielo que no se constriñó a la noche de San Juan; en otras ocasiones y con variadas excusas hicimos acopio de recursos económicos, extraídos de nuestro peculio, para adquirir un aerostato y elevarlo majestuoso al cielo desde nuestra calle de Fernando Macías. De todas formas, ninguno de ellos estuvo jamás rodeado de la mística especial que envolvía al que lanzábamos la noche de las Hogueras.
Incluso recuerdo que en alguna ocasión tratamos de emular, con cierto éxito, el arte de la construcción de aerostatos y para ello confeccionamos alguno de forma bastante rudimentaria utilizando gajos de papel de envolver que uníamos con cola y que una vez tomada la forma de globo rematábamos con un arillo de alambre y con la cruceta correspondiente de la que colgaba el conjunto de hilas que, empapadas en alcohol, servían para generar el aire caliente necesario para su elevación.
Creo recordar que la mayoría de aquellas experiencias concluyeron con el ardido del aerostato antes de verificar su despegue del suelo, si bien, al menos en una ocasión, nuestro prototipo llegó a surcar los aires ante el regocijo y alborozo general.
Muchas fueron las anécdotas que giraron en torno a nuestro globo a lo largo de los años, sin embargo nos limitaremos a narrar, a modo de ejemplo, la acaecida la noche de San Juan de 1970. Aquella noche, tras proclamar a la I Meiga Mayor, en el instante justo de comenzar las tareas de hinchado del aerostato nos dimos cuenta que no disponíamos del necesario alcohol para impregnar las hilas que se ataban en la cruceta y con su combustión generar el aire caliente necesario para su ascensión. Los nervios que no habían dejado de estar presentes en toda la jornada volvieron a hacer acto de presencia, sin embargo el inconveniente se salvó con una carrera de Carlos Vallo y Pepe Tomé a la farmacia de la Avda. de Finisterre, que aquella noche estaba curiosamente de guardia, donde adquirieron el líquido combustible quedando el problema resuelto sin más incidentes.
Hoy, transcurridos más de cuarenta y cinco años desde que abandonamos la costumbre de festejar con globos de papel nuestra gran cita anual, todavía lo recordamos con nostalgia pues de algún manera contribuyó a afianzarnos en nuestro proyecto de salvaguardar para la ciudad las esencias y tradiciones de la noche de San Juan.
José Eugenio Fernández Barallobre.