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TIEMPO DE MANTILLAS

De nuevo la Semana Santa ha levantado su telón, presentándose ante nosotros en estos atardeceres de recién estrenada primavera, cuajada de los primeros aromas a jazmín y claveles florecidos.

El silencio y la parsimoniosa calma de las partes viejas de nuestras ciudades y villas se verán sacudidos por el lento redoble de los tambores y el agudo sonido de los clarines capaces de despertar el alma; mientras tanto, de la esquina de una calle tenuemente iluminada, surgirá, en el anochecer, la imagen recortada de una larga hilera de penitentes, iluminando su paso con el crepitante resplandor de las velas, tratando de expiar sus culpas o dar cumplimiento a sus promesas.

Las Meigas

Las Meigas

A lo lejos, como un eco que rasga el negro manto de la noche, el lento discurrir de unas andas portadas por vigorosos brazos nos devolverán el recuerdo del gran drama del que fue testigo el Gólgota al principio de nuestra era: la pasión y muerte del Redentor.

Durante unos días, las ciudades detendrán su frenético ritmo para acompasarlo al de estos lentos desfiles procesionales que recorren calles y plazas entre marchas de procesión, saetas, motetes cantados en baja voz y penetrante olor a incienso y cera quemada.

Cualquiera de estos días, como surgido de ninguna parte, nos encontraremos, cara a cara, con el mayor ejercicio de amor divino, el sufrimiento y muerte de un Hijo para rescatar a la humanidad de sus penas y pesares.

Las Meigas

Las Meigas

Las calles tenuemente iluminadas de los cascos antiguos volverán a ver, con sus esquinas celadoras de secretos guardando un silencio casi sepulcral, el paso de las preciosas imágenes que reviven la pasión y muerte de Jesucristo, allá en el año I de nuestra era.

En muchos casos será como visionar, secuencialmente, todo un complejo entramado de mensajes, algunos de ellos encriptados, representado por esas piezas de museo que, abandonando sus templos, se muestran ante el pueblo que las observa sobrecogido, en respetuoso silencio.

Cristos con la Cruz a cuestas; Crucificados; Flagelados; Cautivos; Sentenciados; Vírgenes enlutadas…; retazos de una Historia que revive, paso a paso, todos los instantes críticos de la Pasión. Desde la entrada Triunfal en un Jerusalén clamoroso, entre vítores y aclamaciones, hasta la desgarradora muerte en la Cruz rodeada del desprecio de aquellos que otrora le aclamaron. La vida misma, la realidad de este mundo que nos ha tocado vivir.

Tiempo de procesiones; de redobles lentos de tambor; de agudos sonidos de clarines que rasgan la noche; de penitentes que en largas hileras cruzan ante la mirada atenta de las gentes o ante los sorprendidos ojos de los niños; de porteadores y costaleros que cargan sobre sus espaldas y hombros el peso del dolor, de la tragedia, de la Pasión. Pero también, tiempo de Mantillas, de hermosas chiquillas que, siguiendo una tradición heredada de sus antepasados, llegados estos días visten la hermosa Mantilla Española de encaje y de blonda, reivindicando que son mujeres de España.

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Las Meigas

De un lado a otro las veremos pasar, elegantes, serenas, hermosas, con esa magia que destella en los ojos de la mujer, de la chiquilla española. Madres, novias, hermanas, todo un universo de belleza saldrá a las calles en estos días para dar fiel cumplimiento a una inveterada tradición con muchos años a cuestas.

Un nuevo despertar de esa primavera sensual y agarimosa que, de nuevo, se sienta con nosotros en estos últimos compases de un marzo que muere sin indulgencia.

Semana Santa, tiempo de lentos redobles de tambor; de agudos lamentos de clarines; de vagos ecos de pies que se deslizan descalzos por el empedrado, cargando la pesada carga de la Cruz; de imágenes que cortan el viento de la noche sobre altos tronos; pero también, tiempo de mantillas. De hermosas mujeres que visten la prenda más preciada, esa que guarda entre sus finas redes de encaje y de blonda sentimientos que embargan el alma; sentimientos de amor, de dolor, de gozo, de sufrimiento, de pasión.

Es tiempo de vestir la tradicional Mantilla Española.

A las Meigas.

Eugenio Fernández Barallobre.

(Fotos: Mimi Santos)